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domingo, 25 de noviembre de 2012

La Historia Personal y el Cine

Por lo general cada vez que conocemos a alguien, le hacemos preguntas de este estilo: cómo te llamas? donde naciste? en qué trabajas? qué te gusta hacer? Igualmente, cuando alguien nos pide que le hablemos acerca de nosotros, nos dirigimos a los mismos lugares. Le contamos cuáles son nuestras preferencias, las cosas que nos han pasado, nuestros anhelos y problemas. Le hacemos una descripción de lo que creemos que somos.

Esta descripción puede catalogarse como nuestra "historia personal." Es algo así como el argumento de nuestras vidas. Si prestamos atención, notaremos que nos referimos a nosotros mismos como si fuéramos el personaje de una película.

Si bien nuestra historia personal es parte importante de nuestra vida, no es lo que "somos" en realidad. De la misma manera en que el mapa de un país no es ese país, o que una foto del mar no es el mar.

De hecho, esta historia personal termina convirtiéndose en una especie de lastre que arrastramos a todo lugar, en una especie de jaula que inconscientemente nos limita y encasilla. Termina convirtiéndose en el lente a través del cual filtramos nuestra experiencia de la realidad, creando constantemente categorías de bueno vs malo.

Luego olvidamos que estos juicios y categorías son relativas y arbitrarias, son ideas que constantemente imponemos a la realidad. Diferentes historias personales juzgan el mismo evento de diferentes maneras, dependiendo de las situaciones que cada una de ellas ha vivido. Nuestras historias tienden a limitar la realidad. Es cierto que nuestra historia personal muchas veces es bastante útil, sin embargo no es necesario llevarla con nosotros a donde quiera que vamos, no es necesario tomarnos siempre tan en serio el personaje de la película.

Continuando con esta metáfora, si comparamos nuestra historia personal con el personaje de una película, quizás podamos empezar a notar algo que generalmente pasamos por alto, tanto en el cine como en la vida. Esto es la pantalla sobre la cual la historia se refleja.

Esta pantalla tiene unas características muy peculiares, resulta que aunque en la película haya un incendio, la pantalla no se quema, y si hay un diluvio la pantalla no se moja, no se ve afectada por nada de lo que sucede en la película, estaba antes de que la película empezara y continuará una vez la película termine, además sobre la misma pantalla se pueden reflejar todas las películas.

El personaje de la película tiene infinidad de preferencias, problemas, apegos y aversiones, pero esta pantalla es libre de todo eso. El descubrimiento de este lugar es análogo a la liberación de nuestra historia personal, a la liberación de nuestra identidad limitada para dar paso a nuestra identidad real.

En el budismo, a esta pantalla se le conoce como el "absoluto" o la "naturaleza del Buda" Es ese lugar sin límites, sin tiempo ni espacio, más allá de toda idea o concepto. Desde este lugar es claro que toda separación es superficial e ilusoria, no importa cuantas películas se proyecten, la pantalla sigue siendo una sola, este descubrimiento equivale al gran despertar.

Si bien es cierto que este despertar genera un profundo cambio en las vidas de aquellos que lo experimentan, eso no significa que de ahora en adelante el personaje de la película será perfecto, libre de problemas o inmortal. La película del mundo relativo sigue su curso y eventualmente terminará. Las personas que descubren este lugar siguen participando activamente en su papel, pero reconocen la superficialidad del mismo, ellos saben que su papel no es lo que en verdad "son." Es la máscara que necesitan para participar en la película.  

La siguiente realización es ver como la película y la pantalla se soportan y complementan una a la otra. Esta es la unión de lo relativo y lo absoluto, de la forma y el vacío, como dos flechas que se encuentran en el aire. Cada uno de nosotros es lo absoluto de la vida, cada uno de nosotros es la fuente del universo entero, y al mismo tiempo cada uno de nosotros está cumpliendo su minúsculo papel en la película del mundo relativo.

Vivir en este lugar es vivir en el interior de cada ser, de cada mente y de cada corazón. Y al mismo tiempo es ser libre de no vivir en el interior de ningún ser, de ninguna mente y de ningún corazón.

jueves, 15 de noviembre de 2012

No Hay Tiempo (Para Entender)

No hay tiempo para entender por que en verdad el tiempo es una idea. El tiempo no es más que una herramienta diseñada por la mente conceptual para tener un punto de referencia. Esta herramienta nos es muy útil para navegar la realidad relativa o convencional de la vida diaria. Todos nos hemos puesto de acuerdo en que si hoy es lunes, mañana es martes y ayer fue domingo, en que si en este momento es la 1, dentro de 3 horas serán las 4.

Esta forma de organizarnos evita que el caos y la confusión se apoderen de nosotros, como dije antes, nos brinda un punto de referencia. Sin embargo el utilizar tanto esta herramienta inconscientemente, ha hecho que se nos olvide que en realidad no está ahí. No hay "algo" a lo que podamos llamar "el tiempo." No es una fuerza u objeto tangible, no está ubicado en ningún lugar y no tiene ningún efecto sobre nada, es una idea más.

Lo que existe es el cambio, la impermanencia. No hay ninguna forma que pueda quedarse estática indefinidamente. Ningún pensamiento, sensación, sonido u objeto físico permanece sin cambiar y eventualmente desaparecer, desde partículas subatómicas hasta galaxias enteras, incluyendo por supuesto a los seres humanos, todo siempre está en constante cambio.

Entonces de dónde salió nuestra idea del tiempo? Una explicación es que las formas tienen ciertos patrones generales que siguen al cambiar.  Esto ha sido explorado por la ciencia y se describe principalmente por la segunda ley de la termodinámica, que en resúmen demuestra como todo tiende a volverse cada vez más y más complejo y "desordenado." Es por eso que si vemos un huevo estallado en el suelo, asumimos que antes estaba sin estallar, si vemos un cubo de hielo y un charco de agua, reconocemos cuál es el orden de los sucesos. Un charco no se congela en forma de cubo y un huevo estallado no vuelve a su estado anterior, todo tiende a "desordenarse."

El tiempo entonces es un concepto que hemos diseñado para tratar de comprender este constante cambio que vivimos momento a momento en nuestra experiencia sensorial, es una manera de darle sentido a esta experiencia, es algo que nuestra mente ha creado pero que en realidad no está ahí.

Dicho de otra forma, el tiempo es un invento que responde a nuestra necesidad de "entender" lo que está pasando. Estamos programados para tratar de entender, ya que entender nos permite predecir y por ende sobrevivir, que es el impulso fundamental de todo organismo consciente, categoría a la que desde luego pertenecen los seres humanos.

Esta capacidad de entender cada vez más y más es algo admirable que la naturaleza ha venido desarrollando y perfeccionando, y cuya máxima expresión se refleja en el ser humano.

Sin embargo y de forma paradójica, esta necesidad inconsciente de entender puede convertirse en una obsesión que termina haciendonos prisioneros de nuestra propia razon, puede hacernos sufrir, hacernos sentir limitados e impotentes.

El Zen - al igual que otras tradiciones contemplativas - nos ayuda a ponernos en contacto con aquella parte de nosotros que va más allá de la necesidad de entender, que está antes del surgimiento de esta necesidad, que es libre de esta necesidad. El Zen no niega la existencia del entendimiento, lo abraza y lo trasciende, para llevarnos a un lugar más allá de él, sin fornteras o límites, sin comienzos ni finales, sin puntos de referencia, sin tiempo.

El descubrimiento de este lugar que no es un lugar en el sentido convencional, produce un gran cambio en los seres que lo experimentan y cultivan, dando paso a la posibilidad de una vida mucho más rica y profunda, y paradójicamente crea el espacio para un entendimiento racional aún mayor. El reconocer los límites del entendimiento hace que los mismos se expandan más allá de lo conocido.

Así el verdadero y libre entendemiento va más allá de entender y no entender.




lunes, 14 de marzo de 2011

Mozartianos Vs Beethoveños: El Proceso Creativo Musical

El misterio que subyace la génesis creativa se ilustra en el espíritu de dos músicos geniales que funcionaban de maneras distintas.

Artículo Publicado en la Edición Musical de la Revista Playboy Colombia - Noviembre de 2010

A lo largo de la historia de la música han existido pocos personajes como Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig Van Beethoven. Ambos han jugado papeles indiscutibles y cruciales en el desarrollo de la estética musical occidental. Sus creaciones son parte fundamental del canon, y se mantienen obligatorias en los repertorios de los grandes artistas mundiales.

Interminables discusiones sobre quién fue el “mejor” compositor han poblado el escenario musical. Ambos cuentan con fervorosos seguidores al mejor estilo de las barras bravas futboleras. Esta vez nos dedicaremos a comparar no sus obras como tal, sino los procesos que subyacen a la génesis creativa: las maneras en cómo este par de genios producían sus obras maestras.

El proceso creativo en la música, así como en las demás artes y en la ciencia, siempre tiene algo -o mucho- de misterioso. No hay fórmulas que garanticen el éxito y nunca hay claridad total de cuál será el resultado final. A veces la inspiración llega debido a un acontecimiento vivencial que busca ser expresado artísticamente. Otras veces la creación surge bajo presión, con la premura de entregar un trabajo que ha sido encargado con unos tiempos definidos.

Stravinsky afirmaba que la genialidad implica un 10% de inspiración y un 90% de transpiración. Incluso, los más dotados compositores fueron también apasionados y dedicados estudiosos de su oficio. Como quien dice, hay que trabajar.

Decidí escoger estos dos compositores porque según cuenta la historia, sus procesos de composición parecían diametralmente opuestos.

Mozart, catalogado como niño genio y prodigio de la música a muy temprana edad, describía su proceso creativo así: “cuando estoy solo conmigo mismo, mis ideas fluyen mejor y con más abundancia. Las que me gustan las recuerdo hasta que puedo preparar un buen plato con ellas; esto quiere decir: ajustado a las reglas del contrapunto, a las peculiaridades de los distintos instrumentos, entre otros. Suponiendo que nada me distraiga, el tema se va ensanchando, ordenando y definiendo en mi mente hasta que puedo verlo como un fino retrato o una bella estatua; de un golpe. Cuando procedo a escribir mis ideas, las saco de esta bolsa que se encuentra en mi memoria”.

Mozart, de alguna manera, sentía que sus composiciones le eran “dictadas”. Empezaban con una idea y poco a poco se iban hilvanando en su mente hasta convertirse en la obra completa. En ese punto era capaz de escuchar todas las partes en su totalidad. Una vez esto sucedía, era sólo cuestión de transcribirlo al papel, lo cual ocurría con “suficiente rapidez”.

De ahí se desprenden las historias de cómo Mozart era capaz de escribir mientras jugaba billar, o la vez que un mendigo le pidió dinero, y éste, al no encontrar nada en sus bolsillos, extrajo un pedazo de papel, escribió una melodía y le dijo: “llévala a un editor y te darán buen dinero”. La música estaba en él antes de que la transcribiera.

Beethoven, por otra parte, vivió una historia bastante diferente. Mientras la niñez de Mozart estuvo plagada de elogios gracias a su condición de niño prodigio, la de Beethoven se caracterizó por los abusos que le propinaba su padre, quien queriendo aprovecharse del talento de su hijo le restaba años a su edad, haciéndolo parecer menor; tratando de hacer de él un segundo Mozart, aunque con escaso éxito.

Esta infancia difícil y los muchos conflictos personales que marcaron su vida parecían reflejarse en el proceso creativo de Beethoven. Mientras que Mozart era un canal a través del cual la música fluía libremente y sin obstáculos, Beethoven luchaba ferozmente con sus obras. Mozart no hacía borradores y sus obras se volcaban enteras al papel, mientras que los manuscritos de Beethoven están repletos de tachones, como si cada nueva nota tuviera que pasar por un doloroso filtro antes de presentarse ante él. Las cortinas y paredes de las casas donde vivía permanecían “decoradas” con pentagramas, corcheas y claves de sol que eran rayadas con furia.

Originalidad

Mozart fue capaz de crear obras que reflejan la sutil armonía universal. Sus melodías fluyen como arroyos en primavera. Se han realizado estudios que demuestran que cuando las vacas escuchan a Mozart producen más leche, y que los niños que disfrutan de sus composiciones crecen más inteligentes: se trata del recientemente cuestionado “efecto Mozart”. Su música reconforta nuestro espíritu, lo apacigua. Mozart llevó la música de su época a la máxima expresión de la perfección casi sin proponérselo.

Beethoven, por otro lado, no perfeccionó lo que venía: lo cambió todo. Aunque empezó su carrera basándose en las técnicas de composición y en las formas establecidas, terminó dándole un rumbo totalmente nuevo a la música occidental; especialmente al final de su vida y su carrera, lo cual le generó una gran incomprensión por parte del público.

Aquel ferviente deseo de Beethoven por descubrir nuevas formas de expresión musical lo llevaba a estados de delirio y locura: la gente se burlaba al verlo tararear intensamente sus melodías mientras caminaba por las calles de Viena. Pero su recompensa se presentaba en la creación de obras sin precedente que escarban lo más profundo de las pasiones, las tragedias y las paradojas del alma humana.

Los músicos siempre estamos luchando por “encontrar nuestro sonido”. Nos pasamos interminables horas frente a nuestro instrumento o frente a la hoja pentagramada en blanco, buscando nuestra propia identidad musical, sin saber que esa identidad nos fue dada por el solo hecho de haber nacido. Cito a Mozart de nuevo: “…el por qué mis composiciones tienen eso que las hace mozartianas y diferentes de los trabajos de otros compositores, es tal vez por la misma razón que mi nariz es tan larga y aguileña, diferente a la de las demás personas, ya que en realidad no apunto a tener ningún tipo de originalidad.”

Habiendo dicho esto, si Beethoven no hubiera forcejeado interminablemente con cada una de sus notas, hoy no tendríamos La Sonata Patética ni El Concierto Emperador.

La olla creadora

Personalmente siento que el proceso creativo no tiene comienzo ni fin discernibles de una manera absoluta. Lo digo porque, contrario a lo que a veces se piensa, nunca se crea algo de la “nada”; más bien se crea a partir de lo que ya existe. Como músico que ha trabajado en diversos territorios, he tenido la experiencia personal -y conozco las experiencias personales de muchos colegas- de componer algo por el simple deleite que implica el acto de crear; y también me he visto en apuros a la hora de entregar algo que debo hacer por encargo y que debo terminar, esté inspirado o no.

Mi opinión es que la composición musical es un proceso que empezó desde que el hombre y la mujer descubrieron el sonido. Es una actividad que se ha venido replicando de un ser humano a otro; de cultura en cultura, y que ha evolucionado junto con el resto de la civilización.

Mozart no hubiera sido Mozart sin un Bach precediéndolo y ciertamente Beethoven no habría sido Beethoven sin Mozart. Se necesitó de un John Lennon para que apareciera un Kurt Cobain, de un Beny Moré para que fuese posible un Rubén Blades y de un Charlie Parker para que Miles Davis hiciera lo que hizo.

Las personas que hacemos música no deberíamos llevarnos todo el crédito de nuestras composiciones: cada pieza que se crea hoy en día contiene la historia entera de la música; un compositor es más como una olla en la que han confluido diversos ingredientes que producen platos a veces deliciosos y a veces no tanto. Pero más que ser el artista el que crea: es la música misma, la actividad musical, la que escoge manifestarse a través de aquel.

Mozart escribía su música aparentemente sin esfuerzo. Pero para que esa música fluyera se necesitaron interminables horas frente al teclado, leyendo partituras o escuchando las obras de otros compositores. Mozart entendía la música, pero no creó de la nada. De alguna forma podemos decir que su mente se las arregló para organizar de maneras nuevas lo que ya conocía, y luego las presentaba como un delicioso manjar listo para ser devorado por sus propios oídos, y posteriormente por los oídos de los amantes de la música -y por las vacas- hasta el presente.

Por otro lado, no creo que las vacas sean capaces de dar más leche escuchando a Beethoven y no le recomendaría a ninguna madre poner a sus hijos a dormir con la quinta sinfonía. Pero si algún día usted desea que su alma se revuelque y marche desde la tragedia hasta el éxtasis sublime, solo tiene que escuchar el segundo movimiento de la séptima sinfonía.

No hay manera de afirmar quién es mejor; cada obra es para momentos, estados de animo y quizás para etapas diferentes de la vida.

Lo hermoso es presenciar el contraste de cómo estos genios daban nacimiento a sus obras: uno desde la fluidez y la conexión con algo que él consideraba divino; el otro desde el dolor y la pasión humanas; desde la lucha fervorosa con sus demonios personales, que en momentos de misericordia transformaban su sufrimiento en magníficas sucesiones de notas que hasta el dia de hoy envuelven los oídos, las mentes y los corazones de millones.

Bien sea que nuestro proceso creativo se manifieste mozartiana o beethovenianamente; con gracia y elegancia sin esfuerzo o con sudor y sangre; lo importante es reconocer nuestro papel como canales de algo que va más allá de nosotros mismos. No es relevante hacerse acreedor absoluto del éxito de una obra. Ni darse golpes de pecho si resulta un fracaso. Lo primordial es saber reconocer cómo la actividad musical nos ha escogido como sus padres y madres, y respetar esa decisión.

domingo, 21 de junio de 2009

Tres maneras de ver el mar

Recuerdo la primera vez que vi el mar. La experiencia tuvo muchos aspectos: Asombro ante su imponencia y su inmensidad, curiosidad por saber qué se sentiría entrar en él, y al mismo tiempo miedo a lo desconocido.

Se me ocurre que es posible hacer una analogía entre el mar, las reacciones que causa en nosotros y la vida misma.

Imagina por un momento que estas en la playa observando el océano y que ese océano es tu vida. ¿Qué actitud tomar hacia él? A mi se me ocurren tres posibilidades.

1. Observar desde la playa.

Vemos el mar y nos parece demasiado temeroso, en la playa estamos seguros, es firme y sólida mientras que el mar se mueve constantemente, a veces esta calmado pero otras veces es feroz. No tenemos idea de los misterios que oculta.

De pronto introducimos un dedo y sentimos el agua fría, escuchamos el estruendoso crujir de las olas, nos asusta. La sensación de seguridad en la playa es muy fuerte, el mar en cambio es demasiado impredecible.

Finalmente decidimos no entrar, más bien lo observamos desde la comodidad y familiaridad de la playa. Podemos ver el mar pero nunca sabremos qué es bañarse en él.

Esto equivale a ir por la vida aferrándonos a lo conocido y lo familiar, tal vez cumpliendo las expectativas que alguien mas nos fijó. Haciendo lo que los demás esperan de nosotros y respetando las creencias que otros inventaron sin cuestionar su realidad.

2. Conquistar el mar.

Después de dudarlo un rato, decidimos dejar nuestros temores a un lado y adentrarnos en el mar con la idea de conquistarlo, de descifrarlo. Tal vez si lo estudiamos lo suficiente, si luchamos con tenacidad, podamos llegar a controlarlo ajustándolo a nuestros deseos.

Muchas veces esta es la actitud que tomamos hacia la vida. Nuestra idea es que si tan solo logramos crear y mantener las circunstancias perfectas (el trabajo perfecto, la pareja perfecta, la salud perfecta, etc.) entonces seremos felices.

El problema con esta manera de pensar es que ni el mar ni la vida son estáticos. Están siempre en continuo movimiento. Tratar de controlar el mar o la vida es el camino directo a la frustración crónica. No importa cuanto nos esforcemos siempre el mundo esta cambiando. El afán por tratar de que las circunstancias o las personas se comporten de acuerdo a nuestra idea de lo que es adecuado, es una clara demostración de egoísmo (yo tengo la razón) y la causa de la gran mayoría de nuestro sufrimiento.

Ni el mar ni la vida se pueden controlar.

3. Surfear.

Existe otra manera de abordar el mar y la vida. La manera del surfista. El surfista no tiene ningún afán por controlar el mar, más bien se enfoca en su respuesta hacia las olas que el mar le envía. Un buen surfista no lucha con las olas, un buen surfista se adapta a las olas que llegan. No trata de cambiarlas por que reconoce que es inútil. El aprende a leer el mar, a observarlo, pero no pasivamente desde la playa, si no adentrándose de lleno en el, haciéndose uno con el.

Un buen surfista esta atento, despierto, consciente.

Él reconoce que las olas más grandes pueden ser las que generen más miedo, pero al mismo tiempo son las que lo pueden llevar más lejos. Él sabe que si no fuera por esas olas gigantescas (y a veces amenazantes) no avanzaría, por lo tanto las recibe con todo su ser, se funde con ellas, se convierte en su amigo y ellas le responden dejándose montar, llevándolo a lugares a los cuales jamás llegaría sin ellas.

El buen surfista da las gracias por las olas más grandes y amenazantes.

Tal vez podamos aprender a surfear la vida, a reconocer su constante cambio y a adaptarnos a ella, a ser uno con ella. A recibir cada momento como una nueva ola y a aprender a ver aquellas olas gigantes y amenazantes como oportunidades de avanzar. Al igual que el mar no crea dos olas iguales, la vida no crea dos momentos iguales.

Así como el surfista esta totalmente inmerso en la ola que esta montando, el ser humano consciente esta totalmente en el momento presente, abriéndose a el, recibiéndolo con todo su ser. Él reconoce lo precioso de cada instante y no se siente aislado ni separado de la vida. Él es uno con su vida y la valora tal como es.

Resentir tu vida es como luchar contra el mar, es una lucha perdida. Aprende a valorar tu vida, a ser uno con tu vida y te llevará a lugares que jamás imaginaste.

miércoles, 18 de marzo de 2009

¿Adentro o Afuera?

A lo largo de la evolución los seres humanos hemos diseñado los conceptos mentales de adentro y afuera. Nos es muy útil para labores prácticas, como cuando le decimos a un niño que no se quede afuera de la casa. Claro que a veces es un poco aburridor (francamente nunca me gustó cuando en el colegio me decían “la camisa debe ir dentro del pantalón joven”)

Aunque es una herramienta conceptual muy común en nuestro diario pensar, rara vez nos preguntamos qué está adentro y qué está afuera nuestro.

Por sentido común asumimos que lo que está cubierto por nuestra piel está adentro y lo que no, afuera. Pero si observamos con claridad, el límite entre estos dos aparentes opuestos es totalmente arbitrario y no existe en la vida real, solo en nuestra mente.

Analicemos algo tan simple como tomarnos un vaso de agua. Antes de ingerirlo podemos decir que el líquido está dentro del vaso, y afuera nuestro. Mientras que la garganta y el tracto digestivo están en nuestro interior.

Sin embargo una vez nos tomamos el agua ¿Qué sucede? Podriamos afirmar que ahora el agua está adentro nuestro. De hecho parte del agua se convierte en nutrientes que son absorbidos por algunas de nuestras células, fundiéndose de manera literal con nuestro cuerpo. Mientras que otra parte es expulsada, fundiéndose a su vez con desechos que el organismo ha metabolizado, sin ser posible medir con exactitud qué fracción del líquido absorbimos y qué fracción expulsamos.

O sea que lo que está adentro y lo que está afuera cambia constantemente y no hay manera exacta de determinar donde adentro termina y afuera empieza.

Incluso órganos tan indispensables como nuestro corazón o hígado pueden salir de nosotros en un transplante (y entrar en alguien más). De hecho nuestras uñas y cabello están permanentemente saliendo de nosotros.

La mente dualista está siempre en la tarea de medir, discriminar y diferenciar. En resumen, la mente siempre esta separándolo todo. Especialmente separándonos a nosotros mismos de los demás y del resto del universo.

Entonces sufrimos por que creemos que esas mediciones y límites son reales.

Tenemos la tendencia a pensar que el mundo está poblado por pequeños egos encerrados en sacos de piel que interactúan unos con otros. Y que nosotros somos un ego más, un YO aislado y separado que va por la vida tratando de manipular “el mundo externo” para cumplir metas y objetivos, luchando, venciendo obstáculos y tratando de alcanzar la felicidad.

Pero esa no es la realidad.

Lo que pasa es que nuestra percepción racional de la realidad es demasiado simplista e incapaz de captar su verdadera naturaleza.

Por que en realidad no hay nada afuera.

Creemos que nuestro ser esta atrapado en el interior de la piel. Pero es más acertado decir que la piel esta adentro de nuestro verdadero ser.

Ese ser es el espacio abierto sobre el cual aparecen y desaparecen todos los objetos (incluyendo el cuerpo) todas las sensaciones y todos los pensamientos. Todo lo que puedes percibir en este mismo instante está en tu interior. En el interior de la conciencia ilimitada y eterna que soporta la existencia del universo mismo.

Esa conciencia nunca nació, por lo tanto no puede morir. No envejece ni se transforma, ya que en ella se refleja todo lo que envejece y todo lo que se transforma. Cualquier objeto, sensación o pensamiento que podemos percibir es un contenido de la conciencia, pero la conciencia misma abarca todo lo que hay.

No hay nada afuera tuyo, por que tú no eres un pequeño yo atrapado en un saco de piel. Tú eres esa conciencia observadora, pura, eterna, indefinible e indestructible. Y todo esto que estás observando ahora mismo es solo un sueño pasajero, que tú mismo escogiste soñar.

Y lo más increible es que esa conciencia es la misma en ti, en mi, en un árbol, un pez o una nube, puesto que no son varias conciencias separadas, es una sola.

Es imposible decir donde adentro termina y donde afuera empieza. Por que no son dos, son uno.

Y ese uno eres tú.

Santiago Jiménez Blanco

domingo, 15 de febrero de 2009

La Muerte y las Nubes

Se puede decir que vivimos en una sociedad plagada de miedos, tenemos miedo al fracaso, al dolor, al ridículo, la enfermedad, el rechazo, la vejez, a la pérdida de nuestros seres queridos o de nuestros bienes y a infinidad de cosas o circunstancias. El miedo es nuestro constante compañero.

Pero si nos vamos al fondo del asunto, el miedo mayor, el rey de todos los miedos es el miedo a la muerte, a la inexistencia, a dejar de ser, a convertirnos en "nada".

La realidad de este miedo es la base de todo dogma religioso, y para mitigarlo, la humanidad misma se ha encargado de inventar diferentes sistemas de creencias que tratan de perpetuar aquello que consideramos nuestro YO, basándose en idealizaciones mentales como la reencarnación o la vida eterna en el cielo.

Pero la trampa de estas creencias va más allá. La verdadera trampa consiste en nuestra idea de lo que somos, o lo que nuestra mente nos dice que somos. Nos definimos a nosotros mismos como entidades separadas unas de otras y del universo en general, como pequeños egos que son lanzados a este mundo, permanecen un tiempo en él y finalmente dejan de existir. Esto nos hace sentirnos sujetos a fuerzas exteriores que no podemos controlar y que por lo tanto nos ponen a su merced, dejándonos sin otra opción que la experiencia de miedo constante.

Pero todo esto son creaciones de la mente, la realidad es otra.

Las nubes nos pueden brindar otra perspectiva.

Al ver una nube en el cielo decimos que la nube "existe" lo cual es obvio ya que la podemos ver. Es más, si le preguntamos a la persona al lado nuestro ella también dirá que la ve, así se refuerza nuestra creencia de que la nube existe como una entidad separada.

Pero si nos distraemos por un momento, observamos otra cosa o nos sumergimos en nuestro constante ruido mental (aquello que llamamos pensamiento) al alzar de nuevo la mirada y tratar de encontrar la nube nos damos cuenta que ya no está. Entonces podemos decir que la nube dejó de existir, que se convirtió en nada.

¿Pero realmente se volvió nada?

La verdad es que esa nube se convirtió en lluvia, o tal vez en nieve o hielo, o simplemente en otras nubes. Tal vez la nube se convirtió en agua que cayó a la tierra, luego fue a parar a un río y finalmente desembocó en el mar, para después evaporarse y convertirse de nuevo en nube, que se transformó en lluvia una vez más.

Y para que todo esto sucediera era necesario que antes hubiera estado aquella nube que ya no está. La nube no se convirtió en nada, por que es imposible que algo se convierta en "nada".

En realidad la nube, la lluvia, el hielo, el arroyo, el río, las plantas que se nutren del río, los frutos que las plantas dan, los animales que se alimentan de los frutos y los humanos que se alimentan de los animales son una sola cosa, un solo proceso indivisible. Nuestra mente los separa en diferentes "cosas" o "eventos" por que esa es la manera en la cuál interactuamos con el mundo, pero en realidad no están separados.

No hay manera de decir con exactitud cuando una nube comienza y cuando termina, cuando "nace" o cuando "muere". Estas divisiones son límites arbitrarios creados por nuestra mente, pero no son reales, de la misma manera que el límite entre un país y otro no es real, es solo un concepto. El problema es que tendemos a confundir la realidad con lo que nuestra mente nos dice que es la realidad.

Así como no hay manera de decir cuando una nube comienza, no hay manera de decir cuando tú comenzaste. Por convención social decimos que fue en el momento del parto, pero también podemos decir que fue cuando el espermatozoide de tu padre fecundo el óvulo de tu madre, o tal vez comenzaste el dia en que tus padres se conocieron, o cuando los padres de ellos nacieron ¿O en el Big Bang? La verdad es que nunca comenzaste por que tu yo verdadero siempre ha estado aquí.

Nacer y morir son conceptos, ideas, mapas mentales, no realidades.

Obviamente esto desafía cualquier sentido común. El problema es que nuestro sentido común se fundamenta en un nivel limitado de conciencia, que nos muestra el mundo como un conjunto de "cosas" y "eventos" separados, impidiéndonos ver la unidad de todo lo que existe. Lo que vemos es una interpretación limitada y fragmentada, fabricada por nuestro condicionamiento mental.

Así como la nube vive en la lluvia y la lluvia vive en la nube, todos los seres humanos, animales, plantas o partículas de polvo que han estado, están o estarán en este mundo viven en ti y tú en ellos. Por que no somos muchos, somos uno solo e inseparable. Solo que con diferentes y diversas mascaras.

El verdadero yo nunca empezó y nunca termina. El verdadero yo ni siquiera penetra en el tiempo, por que el tiempo es solo una idea, no es real.

El verdadero yo es aquello que esta viendo a través de tus ojos, escuchando a través de tus oídos y sintiendo a través de tu piel en este mismo instante. Lo que tú crees que eres es solo una máscara de lo que realmente eres. Así mismo los otros seres humanos, vacas o árboles son máscaras del yo único y verdadero. Y estas máscaras están en constante transformación, convirtiéndose en personas, animales, nubes, lluvia, ríos, mares y nubes de nuevo.

Tu verdadero yo existe en todo momento y en todo lugar.

Cuando seamos concientes de esto perderemos el miedo a la muerte, a convertirnos en "nada", ya que descubriremos que ni las nubes ni los seres humanos se convierten en "nada". Y que la muerte es solo un concepto más.

Lo que tú eres nunca muere, por que tú eres lo que está detrás de todo lo que hay, de todo lo que fue y de todo lo que será en todo momento y en todo lugar.

Tú eres aquello que trasciende todo concepto y toda idea, el espacio infinito de la conciencia sin límites ni separaciones, del cual emergen todos los conceptos, todas las ideas y todas las máscaras, el eterno ahora, siempre presente más allá de la forma.

Esa eterna y misteriosa presencia eres tú.

Santiago Jimenez Blanco

jueves, 5 de febrero de 2009

¿Seres Superiores?

¿Cuál es la diferencia entre nosotros y los animales? Recuerdo preguntármelo bastante siendo niño. Por lo general me lo respondía un adulto que lo pensaba por un momento y luego afirmaba “nosotros somos seres humanos, o sea que somos seres superiores” pero nunca lo decían con gran convicción, parecían recitar de memoria la respuesta que recibieron cuando ellos lo preguntaron.

Pues ahora más grandecito me pregunto ¿Superiores en cuanto a que? Lo digo por que si me lanzan a nadar con un tiburón o a luchar con un tigre ¿Quién es superior?.

En algún momento los seres humanos nos vendimos el cuento de que somos una especie de raza avanzada diferente a todas las demás, creyendo que esto nos da el derecho a someter y dominar a las “razas inferiores”. Vemos la naturaleza como algo que debemos conquistar, algo mucho menos inteligente que nosotros y que esta ahí para ser manipulado y explotado.

Ingenuamente creemos haber escapado a la cadena alimenticia. Puede que ya no seamos devorados por osos ni cocodrilos (salvo algunas excepciones) pero seguimos siendo un banquete para bacterias, virus y mosquitos.

De la misma manera en que las hormigas construyen complejos hormigueros, nosotros construimos ciudades con intrincadas infraestructuras viales. Así como los chimpancés tienen reglas sociales (que no siempre respetan) nosotros tenemos gobiernos y normas jurídicas (que no siempre respetamos). Solo que en nuestro caso el macho alfa, el jefe de la manada y quien goza de mayores privilegios sexuales, no es el de la melena más grande ni el que ruge más duro, si no el que tiene el reloj más fino, el carro más caro y sale más en televisión.

En el fondo no hay diferencia entre los seres humanos y las demás especies. Los pájaros y los delfines utilizan el sonido para comunicarse, nosotros también. Un león lucha hasta la muerte si otro león quiere aparearse con una de sus hembras ¿Tú que harías?.

Así como la naturaleza produce manzanas, pepinos o arroz, también produce seres humanos.

Cada uno de nosotros es una expresión única de la naturaleza.

En realidad cada uno de nosotros es la naturaleza misma expresandose como un ser humano.

Cuando un bebe nace decimos que ha llegado al mundo, cuando en realidad ha sido creado por el mundo. Si cambiáramos una sola cosa en el mundo, ese bebe seria diferente o tal vez ni siquiera existiría. Tú dependes absolutamente de toda la naturaleza y la naturaleza de ti, no estás separado de ella.

De hecho somos una de sus más bellas manifestaciones. Cuando vemos a los primates en el zoológico nos maravilla su parecido con nosotros mismos. Pues si observamos bien veremos que en el fondo somos una rama más de primates. Solo que caminamos más erguidos, tenemos menos pelo, usamos ropa y vamos al colegio.

Pero además de toda la perfección biológica que nos acompaña, en nosotros se manifiesta algo especial, la razón. Y la razón nos ha llevado a la luna y al fondo del mar, ha desarrollado la ciencia y nos ha hecho preguntarnos quienes somos. La razón es el puente entre el reino de los sentidos y el del espíritu, el problema es que no hemos terminado de cruzarlo.

Desafortunadamente la razón se ha vuelto en nuestra contra sin siquiera darnos cuenta. Nos ha convertido en una especie arrogante y llena de miedos, que en su afán por dominar la naturaleza solo ha conseguido destruirla. En vez de usar la razón como herramienta, ella nos usa a nosotros, nos hemos vuelto sus esclavos. Nos ha hecho creer que somos seres independientes y separados de la naturaleza que nos creó, vivimos engañados por nuestra propia razón.

Cuando las vacas pastan en una ladera lo hacen de tal forma que previenen su erosión ¿Por qué en vez de tratar de dominar la naturaleza no trabajamos en conjunto con ella?

Si dejamos nuestra arrogancia y nuestros miedos a un lado, elevamos nuestra conciencia y dejamos de sentirnos como "seres superiores" separados de todos lo demás y con la misión de doblegarlos, nos daremos cuenta de la inescapable unidad de todas las cosas.

Lo que tú estas haciendo en este mismo instante es resultado de todas las interacciones que ocurren en el universo. Lo que tú eres es una manifestacion del universo. Si eres conciente de esto te será muy fácil amar la naturaleza entera, por que la verás como una extensión de tu propio cuerpo y de tu propio ser.

La naturaleza se manifiesta de infinitas y hermosas formas.

Una de ellas eres tú.

Santiago Jimenez Blanco